La transformación que empieza en la tierra y sigue en uno, por Armando Turrent Riquelme

Hay ideas que parecen nacer como imposibles y, aun así, insisten en existir. Desde hace casi tres décadas me acompaña una convicción que ha guiado cada paso de mi trabajo; la naturaleza y la construcción no tienen por qué ser fuerzas opuestas. Podemos habitar sin dañar, podemos construir regenerando, podemos crear espacios que devuelvan más de lo que toman. Y aunque durante mucho tiempo esto sonó a contradicción, hoy lo estamos empezando a demostrar en Reserva Santa Fe. 

Este proyecto nació para romper un paradigma viejo y rígido. Queríamos probar que la vivienda puede coexistir con el ecosistema de manera armónica, que la vida urbana no tiene que significar deterioro. No fue un acto de ingenuidad, sino de persistencia. Entender la densidad del desarrollo, concluyendo que en más de doscientas hectáreas sólo podrán habitar quinientas familias, nos dio la libertad de experimentar con soluciones que en otros contextos urbanos serían inviables; captación pluvial, jardines que funcionan como infraestructura viva, sistemas que eliminan la necesidad de depender de pozos. Estas condiciones no solo lo hacen posible; lo vuelven un prototipo de lo que podría replicarse, adaptarse y escalarse hacia otros niveles socioeconómicos a largo plazo. 

Parte fundamental de este avance ha sido la creación de herramientas propias. Martín Gutiérrez Lacayo, nuestro Director de ESG, Medio Ambiente y Sostenibilidad en Reserva Santa Fe, desarrolló una plataforma que identifica alternativas mexicanas para sustituir los materiales prohibidos en certificaciones internacionales. Hace años parecía imposible encontrar opciones locales a los miles de elementos incluidos en la lista roja, pero hoy podemos construir una casa completa con materiales seguros y compatibles con nuestros sistemas. Y cada nuevo edificio que levantamos abre la puerta a más sustitutos, lo que significa que estamos generando una industria más limpia desde adentro. 

A la par, tecnología como el modelo EDGE del Banco Mundial nos ayuda a diseñar viviendas que prácticamente no requieren climatización artificial. Estoy convencido de que lo que viene en términos de inteligencia artificial hará que estas herramientas evolucionen aún más rápido.  

Pero entre todas estas innovaciones, hay momentos que me recuerdan por qué vale la pena seguir adelante. La primera propietaria que se mudó a Reserva Santa Fe me invitó a su casa, me tomó de las manos y me dio las gracias por no rendirme y por hacer posible su sueño. Ese instante me atravesó por completo. Su emoción era sincera y profunda. Yo también me emocioné. Me regresó a la memoria la primera vez que entregué una casa y vi a una mujer recibir sus llaves con una gratitud que no se me ha olvidado desde entonces. Pero esta vez fue distinto. Esta vez supe, con claridad absoluta, que su hogar existía gracias a lo que hemos construido aquí juntos, y me sentí profundamente responsable y agradecido. 

Si pudiera regresar treinta años atrás, creo que me diría algo muy simple: confía. Lo que viene será difícil, pero también hermoso. No pierdas la paciencia. No pierdas la fe en que los cambios verdaderos toman tiempo, y sobre todo, recuerda que no todo se resuelve con fuerza; hay transformaciones que solo suceden cuando uno aprende a escuchar, a observar, a trabajar con la naturaleza y no contra ella. 

He cambiado mucho desde ese primer Armando que empezó este camino. Antes creía que el trabajo era demostrar capacidad, avanzar, construir. Hoy lo veo distinto. Hoy trabajo significa estar en un lugar que me permite ser mejor persona. El ejercicio que hago aquí, los días caminando entre árboles, el silencio que escucho cuando necesito pensar, todo eso me ha abierto la mente. Me ha hecho entender que este proyecto no solo transforma el paisaje, también transforma a quienes lo vivimos y lo creamos. 

Creo con absoluta certeza que el ser humano pertenece a la naturaleza y no puede ni debe separarse de ella. Llevamos apenas un suspiro en la historia del planeta y aun así actuamos como si fuéramos dueños de todo. Si no abrazamos la humildad de reconocer nuestro papel dentro del ecosistema, simplemente no permaneceremos aquí por mucho tiempo. 

Por eso defiendo tanto este proyecto. Porque no es solo un conjunto de casas o un desarrollo inmobiliario. Es una forma diferente de entender la vida. Es una invitación a habitar de una manera más consciente, más respetuosa, más equilibrada. Es un recordatorio de que sí podemos construir sin destruir y de que, en ese proceso, también podemos reconstruirnos a nosotros mismos. 

Esa, al final, es la verdadera misión. Crear una nueva forma de habitar el planeta. Una donde el futuro no se sienta amenazante, sino posible.